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«Vivir juntos en la diversidad»

Avatar: Jean Paul Molitor Jean Paul Molitor

El barrio empieza en la puerta principal, no en el papel

Conozco a unos 15 de mis vecinos, la mayoría de ellos por su nombre. Nos saludamos con una sonrisa, a veces nos detenemos para charlar sobre cualquier cosa: el jardín, el calor, los nietos o el último partido de fútbol. No son amistades profundas, pero hay calidez. Hay presencia. Hay una vida diaria con rostro humano.

Casi no conozco a muchos más en mi calle. Quizás un asentimiento, un «hola» rápido. Aun así, me siento bien cuando conozco a alguien. Esta sensación de conexión social, como la llama la sociología, no es algo que se dé por sentado, es un tesoro. Y a veces, de una charla aleatoria en la papelera, surge una conexión más profunda: una herramienta prestada, un trozo de pastel compartido, una invitación a tomar un café y, de repente, la confianza crece.

El vecindario se nutre de los encuentros vividos. Sobre la cercanía informal. Sobre el capital social, eso no se puede organizar como una fiesta callejera con un formulario de registro.

Necesita espacio para conexiones espontáneas, para compartir momentos cotidianos, para pequeñas conversaciones en la acera.

Los proyectos son una herramienta valiosa. Permiten a los ciudadanos comprometidos, a las iniciativas locales y a las asociaciones identificar los problemas de forma temprana y dar forma activa a las soluciones. Especialmente cuando las administraciones municipales no tienen suficiente personal o cuando las inversiones estructurales tienen prioridad, los proyectos pueden dar un impulso vital, construir puentes y crear espacios para encuentros significativos.

Pero el verdadero vecindario no surge solo de los ciclos de proyectos a corto plazo.

Necesita una actitud a largo plazo: franqueza, confianza y la voluntad de ver la cohesión social como parte de la responsabilidad municipal, incluso más allá de los ciclos electorales.

En una sociedad cada vez más diversa, la competencia intercultural ya no es un lujo en la vida de barrio, sino una necesidad. Vivir al lado de alguien que parece «diferente» (en el idioma, la cultura o el estilo de vida) no requiere miedo, sino estímulo. Los pequeños gestos son los que cuentan: un saludo en la escalera, una tarde compartida, una sonrisa entre desconocidos.

Así que no tratemos el vecindario como un proyecto que gestionar, sino como un tejido social que necesita cuidado y compromiso.

Con el tiempo, el corazón y el coraje de abrirse.

De mi municipio, no solo deseo pósters o llamamientos a la acción, sino pequeñas iniciativas con un gran impacto: un banco para sentarse y hablar, una invitación a formar parte de la conversación y una actitud que haga posible la conexión diaria.

Porque la verdadera vecindad no empieza con un documento conceptual.

Empieza con el contacto visual.

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